viernes, 12 de junio de 2009

La lágrima en la garganta.

Algunos patean sillas, puertas, muros, perros, canillas. Otros golpean o escúpen a la cara. Otros hieren a los ojos, fríamente, como si realmente no les importara. Yo simplemente lloro... y no sólo de rabia, lloro también cuando siento una alegría inmensa, cuando algo me conmueve, cuando veo algo demasiado tierno, o demasiado triste, o demasiado injusto, en la calle, en la tele, en la micro, en el subte. No me considero llorona, no me confundas. No soy una llorona, soy una víctima de las lágrimas, o las lágrimas son las víctimas y yo soy la que tomó esta forma de mecanismo de defensa de autocontrol y de regulación?

Amo llorar a moco tendido por lo menos cada dos meses... despues de lavarme 100 veces la cara siento mi cuerpo más liviano y la cabeza más despejada. Así separo lo accesorio de lo trascendental y las cosas aparecen más claras a medida que los párpados se desinflaman. Pero no me soporto cuando la rabia me explota literalmente por los ojos. En ese momento en el que necesito seguir argumentando mi postura, o simplemente mandar a la mierda a ese hijo de puta que se cree con el derecho de mirar a la gente por sobre su hombro casposo. En ese momento tengo que ser capaz de decirle al idiota que es un idiota, que no tiene por qué gritarme, que se comporte como un adulto, que un poco de cordialidad hace la vida mucho más llevadera, que puede irse a la mierda y más allá de la mierda. Pero las lágrimas me cortan la voz y la credibilidad. Una mujer con lágrimas en los ojos es vista como una pobre niña que no sabe defenderse sola, y yo sé defenderme sola... espera que se me pase la rabia y soy capáz de mandarte a la mierda. Incluso, podemos discutir, llegar a un acuerdo, o puedo admitir que estoy equivocado, pero si me subes el tono, o me descalificas, de pura rabia ... Ya es tarde... el hijo de puta viene a pedirte disculpas por que te vio llorando... y aún lo mandarías a la mierda... todo si los mocos y tu respiración no cortaran la palabras... Preferiría en ese momento ser capáz de articular frases de mierda de las que después seguramente me arrepienta. O patear un puerta. Eso sí, nunca patearía un perro.